Economista Descubierta

Entrevistas de selección e inventores del «perfil deseable»

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Ya dijo Campoamor que «en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira», y en las entrevistas de selección influye mucho el color del cristal con que te miran.

Es cierto que el efecto espejo y el efecto halo son dos prejuicios desdeñables que un buen entrevistador debería identificar y descartar antes de empezar con las preguntitas. Pero si hay algo que un candidato no debería hacer es inventarse quien no es.

Hay dos tipos de inventores de “perfil deseable”: los que omiten minidatos esenciales del pasado y los que se inventan un perfil más adecuado a lo que ellos creen que es mejor.

Yo tengo un ojo clínico e infalible para identificar a este tipo de gente, que lo que le pasa a la pobre es que tiene un complejo horrible, pues en lugar de asumir que se ha criado en un barrio chungo, ha ido a un colegio sin gimnasio, su abuela era portera y su infancia de Cuéntame, se las ven y se las desean para hacer como si el pasado no hubiera nunca existido. Como si en las entrevistas de selección importara tres a qué colegio has ido. ¿Tú sabes hacer el trabajo y lo haces bien? Pues deja de mentir, mujer por Dios, que yo voy fatal de candidatos válidos y si has tenido la nevera en el salón a mi me importa un pito.

Sobre todo, es especialmente peligroso cuando empiezan a jugar a la confusión y el lío de datos, porque siempre habrá alguien con más años que tú que te pille a los dos minutos.

Recuerdo a un fulano que optaba a un puesto de comisario cultural haciéndose pasar por hijo de militar republicano, criado en finca y con infancia en piso bueno del Paseo de Gracia, y que resultó ser un hijo de guardia civil, criado en casa cuartel de un pueblo de Ciudad Real y crecido en Hospitalet. A ese tardé más o menos un cuarto de hora en pillarle.

También tuve otra que me explicó la composición de sus apellidos (que eran algo así como Pérez y Fernández), como si tuviera dos grandezas de España, y me quiso hacer creer que su cole era el Sagrado Corazón, pero se le olvidó quitarse el esmalte anacarado de las uñas… y claro, ni eran apellidos compuestos, ni había visto de lejos tal cole. La pobre. En cerocoma la había desmontado. Hasta pena me dio.

Y luego están los adecuados, o sea, los que se inventan una retahíla de aficiones socialmente bien vistas, y en cuanto rascas un poco les dejas en evidencia. Esos también dan mucha pena. Con lo fácil que sería decir la verdad, o si la verdad es muy escandalosa (aficionado al gin tonic, por ejemplo), no decir nada.

No se debe mentir nunca, pero en las entrevistas de selección, y sobre el pasado de uno, nunca jamás.

La Economista Descubierta en blogspot.com

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