Elevar el límite de la deuda

Timothy Geithner, Secretario del Tesoro de EE.UU.
El lunes fue el día en el que el gobierno de EE.UU. oficialmente superó su límite de 14.29 billones de dólares de deuda legal. Y aunque la administración Obama ha asegurado que ciertas artimañas contables permitirán al gobierno pedir un préstamo de dinero adicional durante algunos meses más, el asunto ha dado urgencia a las negociaciones en el Congreso para elevar el techo de la deuda. Los republicanos están dando un gran espectáculo al hacerse los duros mediante la vinculación de su «sí» con promesas de recortes presupuestarios en el futuro (que incluso podrían reducir el ritmo de los aumentos de la deuda en algún momento incierto). Pero a medida que avanzamos en el proceso, muchos observadores principiantes pueden estar preguntándose por qué tenemos un techo de deuda cuando nuestro gobierno nunca ha mostrado la más mínima inclinación a respetar sus anteriores límites autoimpuestos.
El techo se impuso por primera vez en 1917 como parte de un acuerdo que aprobó la Ley de Libertad de bonos que financiaron la entrada de EE.UU. en la Primera Guerra Mundial. Para que le fuera más fácil al Tesoro vender sus bonos, el Congreso modificó el Acta de Reserva Federal para permitir que dicho organismo tomara los bonos del Estado como garantía. Sin embargo, dado el peligro de superar el déficit federal, el Congreso trató de limitar la exposición de los contribuyentes a 11,500 millones de dólares.
El problema entonces era que el Congreso nunca aprobó una ley para prevenir a futuros congresistas de la ampliación del límite. Y aunque lo hubiera hecho, la ley podría haber sido reescrita por futuros legisladores. Efectivamente, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando nuevamente hubo una aproximación al límite de deuda establecido, éste se elevó frenéticamente, dejándolo en 300.000 millones en 1945. Pero, créanlo o no, después del fin de la guerra, el límite se redujo a 275.000 millones.
A pesar de los costos asociados con la guerra de Corea, el próximo incremento no llegó hasta 1954. Y durante los siguientes ocho años el límite máximo se elevó siete veces y se redujo en dos ocasiones para, finalmente, volver a 300.000 millones en 1962. Desde entonces, el Congreso ha votado para aumentar el límite máximo de endeudamiento del gobierno en 74 ocasiones, y sin una sola reducción de dicho límite.
En términos prácticos, un techo que se eleva automáticamente no tiene límite alguno. Teniendo en cuenta esto, ¿por qué no prescindir de él? La razón es la política. Ningún congresista desea participar en algo que propicie el endeudamiento ilimitado, y la mayoría desea clamar contra la imprudencia fiscal, mientras que al mismo tiempo se amplía el límite cada vez que hace falta. Todo diputado que habla de un presupuesto equilibrado, pero que vota a favor de aumentar el techo de la deuda es un hipócrita. Nadie necesita ayuda constitucional para mantener la deuda a raya ahora mismo.
Pero los niveles épicos de tinta roja federal y el enfoque de las elecciones de 2012 han subido las apuestas. A pesar de la urgencia renovada, casi todos los demócratas y un sector muy amplio de los republicanos argumentan que el hecho de elevar el límite máximo de endeudamiento será equivalente al suicidio económico. Ellos argumentan que esta medida provocará serios problemas para EE.UU. (como dejar de pagar las obligaciones de la deuda pendiente) y que supondrían un repunte considerable de las tasas de interés en todos los ámbitos. Mayores tasas de interés, dicen, que paralizarían a la economía e incrementarían de manera permanente el coste del servicio de la deuda. Por ello, advierten que limitar la capacidad de endeudamiento ahora podría precipitar una contracción económica mucho más profunda de lo que ya hemos visto en los últimos años.
Pocos ven lo absurdo de la premisa de que un mayor endeudamiento mejorará la salud económica y la solvencia de Estados Unidos. Yo diría que la cuestión es más simple: la deuda excesiva debilita la posición financiera de una nación. Más importante aún, si se limita la deuda de EE.UU. en los niveles actuales significa traer una crisis futura al presente, lo que permitiría tratarla en términos más prácticos. Esto es algo que nadie en Washington realmente quiere.
Si lo hacemos hoy lo que hemos dejado de hacer en el pasado, puede que incumplamos el pago de parte de nuestra deuda. Sin duda, los acreedores se verán afectados. Pero el dolor a corto plazo dará lugar a una recuperación más rápida y saludable. El gasto descontrolado tendría que ser tratado ahora. Una calificación crediticia más baja le pondría las cosas más difíciles a EE.UU. para seguir financiándose, y esto debería de ser visto como una bendición disfrazada.
Una reducción en los niveles de deuda es propio de una buena economía. Recordemos que los contribuyentes tendrán que pagar con intereses todo lo que que el gobierno pida prestado ahora. Cuanto más pida prestado el gobierno, más grande se hace; y cuanto más grande es un gobierno, más débil es la economía. Cuanto menos dinero pida prestado el gobierno, más habrá disponible para el sector privado para aumentar la producción y crear puestos de trabajo.
El no poder elevar el techo de la deuda obligaría al Congreso y al presidente a decir la verdad a los beneficiarios de la Seguridad Social y Medicare sobre qué se les ha prometido más de los contribuyentes que sí pueden aportar ingresos al estado. Hay que reconocer que el llamado gobierno de «fondos fiduciarios» son meros trucos de contabilidad, y que los programas sociales tendrán que ser recortados si queremos que esos programas sean solventes. Ellos tendrán que decir la verdad a los acreedores, que el gobierno de EE.UU. ha prestado más allá de la capacidad de sus ciudadanos de pagar. Y por último, la cruda realidad forzará al gobierno a decir la verdad a los empleados federales, cuyos salarios y beneficios son insostenibles dada nuestra debilidad fiscal.
Pero, por otro lado, si levantamos el techo de endeudamiento, podemos posponer la crisis a un futuro indefinido. Todas estas decisiones difíciles podrían evitarse. El gobierno paga y los beneficios fluirán sin cesar, y los acreedores continuarán recibiendo sus pagos de interés ahora. Pero en el futuro, el valor de los reembolsos del capital principal y los beneficios del gobierno y las nóminas perderán poder adquisitivo. Eso es porque, si mantenemos la ampliación del límite de manera indefinida, corremos el riesgo de destrucción de nuestra moneda. Pero la muerte larga y lenta de una moneda y el reflujo de la vitalidad económica de una nación no da para grandes titulares.
Es por esta razón por la que estoy totalmente seguro de que el Congreso hará lo peor y aumentará el techo de la deuda nuevamente, la número 75 en 50 años. Al final habrá algún tipo de compromiso falso que dé la victoria a ambos partidos. Pero mientras los políticos celebran haber esquivado otra bala, la economía de EE.UU. seguirá siendo un blanco lleno de agujeros.
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Traducido al español y publicado con autorización de Peter Schiff.
Translated and published by kind permission of Peter Schiff.
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