Economista Descubierta

La conciencia elástica

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He estado deliberadamente desconectada durante estos días, como si fuera un niño de esos que al taparse los ojos piensa que no lo ves, pero claro, la realidad no depende del observador y mientras yo miraba para otro lado, caía la mundial.

Regreso llena de buenos propósitos de año nuevo, porque como todo el mundo sabe, el año empieza con el curso, y no en enero; propósitos que abandonaré, como es lógico, en breve.

La crisis no sólo no ha amainado sino que parece que arrecia, y el trimestre se presume sobrecogedor, así que estamos todos a ver cómo reducimos costes, como si se pudiera gastar aún menos. Resulta curioso que la clase política ponga en duda el asunto del endeudamiento cuando el resto de los humanos hace tiempo que asumimos que el que no gana, gasta y que como no ganamos, no podemos gastar. Así que volvemos a diseñar menús de plato único y a ver como nos ingeniamos para sobrellevar la situación. Y claro, de nuevo, aquí todos tapándonos los ojos, no vaya a ser que me pidan que me ajuste.

Mi madre le llama “ceder de mi derecho” y yo le llamaría “ceder de mi circunstancia”, pero aquí ceder, lo que se dice ceder, no cede nadie.

El mundo está llenos de Duroy, el Bel Ami de Maupassant, que se aprovechan de oportunidad y semejantes, dotados de una conciencia convenida, e incapaces de hacer nada a cambio de nada.

No soy tan inocente como para pensar que esto lo arreglamos entre todos, campaña tontorrona que vaya usted a saber en qué quedó, pero si estoy segura de que con un mínimo esfuerzo de renuncia, sea de tiempo o de dinero, se ahogarían unos cuantos menos.

Las reducciones de costes siempre son al final, costes de personal, es decir, costes de personas, cortoplacistas y caros, y muy pocas veces se recortan otro tipo de costes. Y lo sé, es poco profundo y obvio, pero por lo visto no es evidente. Y al próximo que me diga que los recursos humanos van de desarrollo profesional y de bonus le diré que los recursos humanos van de contener para no tener que recortar. Mi best place to work que se gastó la hijuela en estar en la famosa encuesta no pensó que un best place to work es un place donde vivir sin demasiada angustia por los despidos en viernes, caja de cartón en mano.

Me duele la conciencia elástica de unos cuántos, que viven como si esto no fuera con ellos, y como si los cinco millones de parados fueran habitantes de Terminus, en lugar de vecinos de escalera.

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