Salvación diabólica
La noticia es estremecedora: esta madrugada, en la localidad francesa de La Verrière, once personas se lanzaron por la ventana de su apartamento desde un segundo piso al confundir a uno de los ocupantes del inmueble con el diablo. Al parecer, «el diablo» resultó ser un hombre de origen africano que, completamente desnudo y medio dormido, se disponía a darle de comer a su bebé en medio de la noche.
Según informa AFP, la policía no ha descubierto sustancias alucinógenas y, de acuerdo a la fiscal a cargo del caso, «en el apartamento no tenía lugar una sesión de espiritismo».
Así, once personas que compartían techo con un bebé de cuatro meses y su padre, aterrorizadas por la demoníaca ilusión que una silueta en la penumbra reproducía ante sus ojos, se lanzaron voluntariamente a la inexorable realidad del duro asfalto. El bebé murió tras el impacto.
De las historias de suicidios colectivos que de vez en cuando retratan los medios, esta resulta particularmente macabra. No se trataba de un grupo de personas acusadas por algún tipo de desamparo físico o psicológico que, seducidas por un charlatán con túnica blanca y verbo mesiánico, renunciaron voluntariamente a sus mundanas existencias a cambio de un paraíso empíreo. Por lo que se sabe hasta ahora, tampoco se trataba de personas enfermas o drogadas; es decir, no estaban ni «locos» ni sus mentes impedidas. En esta ocasión, el daño autoinfligido es consecuencia de un proceso cerebral perfecto que, obedeciendo a mecanismos de memoria y aprendizaje, activó una conexión neuronal compartida por todos los seres humanos y que se ha consolidado en nuestros cerebros a lo largo de miles de años: salvarnos del mal. Para todos los efectos, once seres humanos fueron víctimas del mismísimo demonio.
Y es que la mente no necesita de la presencia real de las cosas para que éstas existan. Basta con imaginar otra realidad, pensarla, desearla, aprenderla, para que ésta adquiera la misma sustantividad del firme contra el que nuestros sesos estallarían si cayéramos al suelo desde una gran altura.
Si bien la tragedia será analizada hasta la saciedad por más de una facultad de Psicología, valdría la pena extrapolar los hechos al conjunto de la sociedad en la que vivimos y reflexionar si el resto de titulares en los periódicos no reflejan un salto suicida similar.
Desde el que se inmola y asesina a otros por defender su particular versión del Evangelio, como el que se levanta en contra de un «Eje del Mal» según los dictados que recibe de su dios, nuestra sociedad vive acosada por demonios tan reales como nosotros los hemos creado. Creamos pobreza y destruimos riqueza en cuestión de segundos, y expoliamos al mundo de sus recursos naturales por la misma razón que levantamos muros fronterizos: salvarnos del mal.
Como los hasta hoy anónimos habitantes de ese apartamento a las afueras de París, el mundo entero está saltando al vacío por culpa de demonios inventados, y todo indica que, de no corregir, la «salvación» será un golpe igualmente duro y trágico.
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