Por quién doblan las campanas
Hay un viejo dicho en Wall Street: nadie hace sonar una campana para indicar que un mercado sube o baja. Sin embargo, me he percatado de que las campanas sí suenan, sólo que pocas personas saben identificar qué sonido están oyendo.
Tal vez el mayor y más líquido de todos los mercados es el de los bonos del gobierno estadounidense. Ese mercado ha estado subiendo desde hace casi treinta años. El alza se remonta a 1981, cuando los rendimientos de los bonos del Tesoro alcanzó un máximo de alrededor del 15%. En aquella época, la elevada inflación y la debilitamiento del dólar habían aplastado la demanda de bonos del Tesoro. Incluso ni las altísimas tasas de interés fueron capaces de atraer compradores.
Pero fue entonces también cuando sonó la campana de manera proverbial. El presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, decidió, manteniendo las tasas de interés altas, que nada le detendría en su lucha contra la inflación. Su voluntad de hierro y el apoyo inquebrantable de Reagan permitieron que la demanda de bonos del Tesoro fuera restaurada durante las siguientes tres décadas.
Hemos llegado hoy a un punto de inflexión similar. El rendimiento de los bonos está repuntando a todo vapor después de caer de manera constante durante 30 años.
Muchos se están tomando los movimientos recientes con calma. El consenso es que, a pesar de su reciente alza, el rendimiento de los bonos del Tesoro sigue situándose en niveles históricamente bajos y es poco probable que vayan a subir mucho más. Una vez más, la mayoría en Wall Street está o sorda o tapándose los oídos.
Durante años la Reserva Federal ha sido capaz de impedir que las fuerzas del mercado corrijan nuestros desequilibrios económicos creciendo inexorablemente, empujando las tasas más bajas. Esto sucedió en 1991, en 2001 y, más notablemente, en 2008. Estas campañas de alivio lograron impulsar la economía a corto plazo, aumentando considerablemente la cantidad de deuda en poder de los sectores público y privado. Como tal, estos episodios han ralentizado la marcha de nuestra economía y magnificado el estallido final.
Al igual que un drogadicto que necesita dosis cada vez mayores de heroína para alcanzar los mismos efectos, la Reserva Federal ha necesitado tasas cada vez más bajas para impulsar la economía, una vez que los efectos del estímulo anterior se habían desvanecido.
Para estimular la economía tras la explosión de la burbuja inmobiliaria (que fue a su vez el resultado de las tasas de interés bajas para impulsar la economía tras el estallido de la burbuja de las puntocom), la Reserva Federal bajó las tasas de interés prácticamente a cero. En ese momento, las tasas podían bajar aún más. Sin embargo, cuando ese estímulo dejó de tener efecto, la Reserva Federal decidió usar la artillería pesada en forma de «flexibilización cuantitativa», o como se le conoce en la lengua vernácula, «la impresión de dinero para comprar deuda del gobierno.»
La reducción de la tasa de fondos federales, sus armas tradicionales, tiende a hacer el mayor impacto sobre la deuda de corta duración. Por su propia definición, el objetivo de la flexibilización cuantitativa (QE) fue reducir las tasas de interés a largo plazo. Se esperaba que esto lograra lo que la baja de los tipos a corto plazo no pudo: un aumento del inventario y los precios inmobiliarios, un aumento de la riqueza de los hogares y, por consiguiente, mayor gasto de los consumidores, crecimiento económico y la creación de empleo.
Sin embargo, el tiro de la Reserva Federal salió por la culata. La enorme presión de venta de los bonos a largo plazo está a su vez ejerciendo mayor presión de compra a la Reserva Federal. Las «spiking rates» (que se mueven inversamente a los precios) son una poderosa evidencia de que la burbuja de bonos por fin ha estallado. La Reserva Federal tiró la casa por la ventana para presionar rendimientos más bajos en el mercado de bonos, sin embargo, estos aumentaron. Si el precio de los bonos no se hubiese incrementado como resultado de semejante esfuerzo, sólo les quedaba una opción: caer.
La realidad es que pocos en Wall Street oyen la campana. En una muestra escandalosa de racionalización de la disonancia cognitiva, algunos (como el profesor de Wharton, Jeremy Siegel, en su artículo en el Wall Street Journal) han sugerido que el aumento en los rendimientos es la prueba de que la flexibilización cuantitativa está funcionando. Siegel explica las tasas más altas como indicativo de un resurgimiento económico que supuestamente era el objetivo original de la Reserva Federal. En otras palabras, ¡el QE2 funcionó tan bien que nos hemos saltado las tasas más bajas y nos fuimos directamente a las altas tasas que van con el crecimiento!
También hay una creencia generalizada de que los tipos a largo plazo se mantienen suspendidos en niveles históricamente bajos. El cuatro por ciento se considera como el límite máximo por encima del cual los rendimientos de diez años no se levantarán. Me temo que este límite resultará ser ínfimo. Creo que los rendimientos romperán esos niveles y se elevarán por encima de cinco por ciento, donde probablemente se encontrarán con un poco de resistencia, antes de dirigirse nuevamente al cielo.
De hecho, si los tipos superan el seis por ciento el próximo año, vamos a ver a un récord en los rendimientos a diez años. Si nuestra economía es frágil, con estas tasas tan bajas, imaginen su fragilidad con las tasas en máximos de diez años. Si la Reserva Federal cree que la reducción de las tasas logrará reactivar la economía a través del «efecto riqueza», ¿qué opinará cuando mayores tasas produzcan un «efecto riqueza» inverso?
Esta campanada no sólo anuncia el fin del apogeo del mercado de bonos, sino que también marca el final de la capacidad de la Reserva Federal para generar artificialmente «crecimiento» económico a través de la política monetaria. Más relevante aún, el pacto fiscal que el presidente Obama está a punto de firmar añadirá más de 900 mil millones de dólares de nueva deuda en el balance del gobierno en los próximos 10 años. Esto supondrá mayor presión al alza de las tasas de interés y mayor presión política sobre la Reserva Federal para monetizar la deuda. No es casual que el movimiento real al alza en los rendimientos se inició inmediatamente después de que el pacto fiscal y de estímulo fuera negociado en Washington.
Lo que queda por delante es una nueva era de crecientes tasas de interés, alza en los precios al consumo, aumento del desempleo, estancamiento económico y reducción de los niveles de vida. En lugar de estimular la economía, la flexibilización cuantitativa y el gasto deficitario resultará ser una combinación letal. Compradores de bonos: tened cuidado, las campanas doblan por vosotros.
Copyright © 2010 · Peter Schiff
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Traducido al español y publicado con autorización de Peter Schiff.
Translated and published by kind permission of Peter Schiff.
Enlace a versión original del artículo (en inglés)
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