Luis Martín

Historia de una hipoteca “basura”

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Hipotecas Subprime

En su «Crisis Ninja y Otros Misterios de la Economía Actual» (Editorial Espasa-Calpe), Leopoldo Abadía describe con nitidez esa mutación al exponer su tesis sobre el origen de la actual crisis financiera mundial. Resumiendo dicha tesis: en tiempos de dinero barato la banca busca nuevos ingresos mediante la suscripción y posterior bursatilización de hipotecas subprime. Así, los títulos hipotecarios de cientos de miles de personas que en condiciones normales jamás hubieran sido considerados sujetos de crédito (los denominados «Ninjas» o «No Income, No Job, No Assets» que identifica Abadía por carecer de ingresos estables, empleos estables y activos tangibles) acaban contaminando la banca del mundo entero creando un desfase de dimensiones estratosféricas. Un cóctel envenenado cuya resaca «trillonaria» comenzó a sentirse a mediados de 2008 con la caída de Lehman Brothers. Y ahí el pez que se muerde la cola: una economía globalizada que se ahoga por la falta de confianza en el sector responsable de la administración de los ahorros de todos y fuente de crédito de algunos para crear empresas, empleos, y riqueza.

El resto de la historia, las ramificaciones del estallido de la crisis financiera en la economía real, es por todos conocida: destrucción masiva de empleo, cierre de empresas, endeudamiento, pobreza…

Para muestra un botón: la historia de Irina.

Irina llegó a España proveniente de Moldavia hace poco más de una década. Como muchas de sus compatriotas, atrás dejó marido e hijos con la firme determinación de probar fortuna en un país que prometía mayores posibilidades económicas y mejores garantías sociales para salir adelante. Como sólo algunas pocas, Irina consiguió su propósito. Sola, desde la «ilegalidad» que su estado migratorio en España le supuso durante los primeros años, la ignorancia absoluta del idioma, y aguantando más de una humillación, Irina fregó suelos y planchó camisas hasta conseguir aprender el idioma, obtener la residencia legal, integrarse en la comunidad, pagar su contribución a la Seguridad Social, reagrupar a su familia, sacarse un carné de conducir, comprar un coche y hasta colaborar en las acciones sociales de la iglesia Cristiana Ortodoxa de su barrio. En poco más de un lustro, y partiendo de la nada material, Irina había conseguido proveer a su familia de un puerto seguro desde donde poder salir adelante y progresar. Justo cuando se disponía a estudiar para obtener su diploma de enfermera (a pesar de sus 47 años, Irina tenía como objetivo profesional cambiar la fregona por las jeringuillas), lo que prometía ser su mayor alegría, la guinda en el pastel, se convirtió en la pesadilla que echaría por la borda todo lo que con tanto sufrimiento y esfuerzo había logrado, poniéndola, cruelmente y sin otra alternativa viable, en un avión de vuelta a Moldavia: su banco le ofreció financiarle la compra de una vivienda.

Y es que Irina era la «Ninja» perfecta.

Al poco tiempo de unirse a su mujer en España, Andrei, el marido de Irina, consiguió trabajo como oficial de primera en la construcción. Entre ambos sumaban unos ingresos que rozaban los 1.700 euros mensuales. Dado que los clientes de Irina a veces salían de viaje, o simplemente le cancelaban algún día de limpieza, el dinero que ella obtenía mensualmente no era del todo estable. Las condiciones económicas de los contratos temporales que Andrei firmaba casi mensualmente eran también cambiantes. Los chicos, ambos estudiantes de bachillerato, sumaban algunos euros a la economía familiar como reponedores en un supermercado los fines de semana. En definitiva, el término «ingresos fijos» no era operativo en el hogar de esta pareja, que, pese a ser todos muy trabajadores, aún no podían ser considerados como «solventes». O eso creían, pues para sorpresa de Irina, el día en que un empleado de la sucursal del banco donde ella gestionaba sus cuentas se le acercó para preguntarle si tenía casa propia o si vivía de alquiler, eso cambió.

Con cierta timidez, y sin saber a qué venía la pregunta, Irina respondió que alquilaba una vivienda (que, por cierto, compartía con otra familia moldava). El joven empleado del banco le soltó un convincente discurso sobre las bondades de la vivienda en propiedad y lo inútil que resultaba «tirar el dinero en un alquiler». Irina estuvo, como no podía ser de otra manera, de acuerdo con todo lo que aquel representante del banco decía, explicándole al mismo tiempo que sus ingresos no le bastaban para poder comprar nada. «Búsquese un piso para usted y su familia, y venga a verme que yo la ayudaré», fue, en resumen, la respuesta del empleado bancario. Folleto a todo color y tarjeta de aquel chico en mano, Irina volvió a casa, ilusionada.

Rápida y diligente, pocas semanas más tarde Irina y su marido se encontraban sentados ante el joven empleado del banco con la ficha comercial de un piso en venta. A Irinia y a su marido la charla de tipos de interés y amortizaciones les pareció inútil. Las palabras mágicas, la que los entusiasmó, fueron: “por 716 euros al mes la casa será vuestra”. Era todo lo que le importaba a Irina.

Otras cuantas semanas más tarde, Irina y su familia recibían las llaves de una vivienda de tres habitaciones y un fajo de papeles que decían que Irina había suscrito una hipoteca por 100.000 euros y una línea de crédito personal por otros 57.000. Aquel joven, igualmente rápido y diligente, le financió a Irina el 100% de la vivienda, gastos de cierre incluidos. Bastaron para demostrar la solvencia requerida por parte de la futura propietaria la nómina del marido y su penúltimo contrato (imposible de presentar el «último» pues de la solicitud de los créditos a la entrega de las llaves ya había firmado uno nuevo), así como con una carpeta llena de cartas en las que los clientes de Irina confirmaban que, en efecto, aquella mujer limpiaba sus casas regularmente por 9 euros la hora.

La familia entera recorrió el nuevo y vacío hogar una y otra vez. Acariciando las paredes. Incrédulos y llenos de felicidad y orgullo. Los ojos de Andrei escrutando todos los detalles que con sus habilidosas manos habría de mejorar, los chicos echando a suerte las habitaciones. ¡Una habitación para cada uno!

Un año más tarde todo cambió. Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, Andrei se quedó sin trabajo. Los clientes de Irina comenzaron a pagarle tarde, luego a rebajar el número de horas de trabajo, hasta prescindir de sus servicios por completo. Comenzaron los recortes. Baja en la Seguridad Social, lo primero. Luego, cuando a Andrei se le terminó el subsidio de desempleo, a suplicarle al banco la renegociación de la hipoteca. Aquel joven y diligente empleado ya no estaba en la sucursal del banco. En su lugar, un hombre de mediana edad que, con algo menos de optimismo, explicó en detalle a Irina los términos que aquel fajo de papeles, la póliza de crédito hipotecario y la línea personal, estipulaban en realidad. Irina comprendió en aquel instante en qué consistía una hipoteca “tipo mixta”. No hubo forma de convencer al nuevo representante del banco de que en lugar de 716 euros, de momento, Irina sólo podía pagar 300.

Llegó el inexorable proceso administrativo previo a la demanda mercantil. El piso fue tasado en algo más de 90.000 euros e iría a subasta—para luego, como si de una partida de «Monopolio» se tratase, se fuera a descansar a la casilla de stock inmobiliario del banco por no encontrar subastero que la tomara. Ya le avisarían de cuando desalojar la vivienda y de los términos de pago de los más de 60.000 euros de diferencia que seguiría adeudando al banco. Irina y su familia estaban en la calle y con una deuda que arrastrarían sobre sus ya cansados hombros. “¿Por qué tengo que seguir pagando si me quitan la casa?” Irina no comprendía nada de lo que ocurría. Se mareaba.

«¿Qué pasa si no puedo pagar?» preguntó a uno de sus pocos clientes, abogado de profesión y que gentilmente aceptó echar un vistazo a su expediente. «Te embargarán un buen trozo de tus ingresos».

Mientras Irina exploraba la posibilidad de renunciar a su cuenta bancaria y recurrir al colchón para evitar el embargo inminente de sus ingresos, su zambullido final a eso que llaman «economía sumergida», encontrar una vivienda en alquiler se convirtió en otro suplicio. La cosa está muy mal, la gente no se fía y los arrendadores piden garantías. Mes de depósito, nómina y aval bancario—de un año.

Hace un mes que Irina, su marido y sus hijos emprendieron su retorno a Moldavia. Escala aérea en Bucarest, autobús hasta Chisinau, y de ahí todos a su pueblo en el coche de la hermana mayor de Andrei. Atrás dejaron España, un proyecto de vida y una deuda que jamás pagarán.

Irina existe. Andrei existe. Sus hijos existen. El joven empleado del banco existe. Las pólizas de crédito existen. Ésta es una historia real que están viviendo muchas personas, no sólo inmigrantes.

El caso de Irina, y según lo demuestra la creciente tasa de morosidad en España, no es único. Además de los miles de inmigrantes que como ella pasaron de ser insolventes a solventes y a insolventes otra vez en un abrir y cerrar de ojos, están los casos mayoritarios, los de los ciudadanos españoles de a pie; sólo que estos no piensan refugiarse en Moldavia, sino en la oscuridad del «dinero negro», las redes de apoyo familiares y la ansiosa búsqueda de la supervivencia. Y es que ahora que los subsidios de desempleo comienzan a agotarse, un país con cinco millones de desempleados en breve le hará la competencia a Italia; no en PIB como inocentemente auguraba el Presidente de Gobierno hace tan sólo dos años, sino en la proporción de su economía sumergida.

¿Resulta rentable para el país que estos casos se sucedan todos los días? ¿No sería más conveniente que Irina y su familia permanecieran bajo un techo y siguieran trabajando, con todas sus fuerzas, para salir adelante? ¿Por qué es más aceptable que el Estado avale al banco que pidió dinero prestado a otro en Munich? ¿Por qué no rescatar a los Ninjas? ¿No es igual de cierto que Irina jamás debió de haber aceptado endeudarse, como que el banco nunca debió de habérsela ofrecido? ¿No es tan culpable el Estado al permitir que esto sucediera una y otra vez hasta que la bomba estallara? ¿Qué opinan los accionistas de este banco? ¿Esto es “libre mercado”? ¿Por qué, al día de hoy, no se ha tomado una sola medida en la grandilocuente empresa de “refundar el capitalismo”, la imperiosa necesidad de “reformar el sistema financiero”, o, al menos, obligar a los bancos a ser “más transparentes” en sus prácticas de inversión especulativa?

¿Qué ocurrirá con la deuda que Irina deja atrás? Nada. La diferencia entre Irina y el banco es que la primera no puede ocultar la verdad y el segundo sí. El saldo insoluto será compensado con una nueva valoración del inmueble, pues sufrirá una leve corrección al alza en los libros. El balance del banco se mantendrá prácticamente intacto. Eso sí, que a Irina no se le ocurra volver abrir una cuenta bancaria en España.

Salvemos a los Ninjas

Hace unos días, la Comisión de Vivienda del Congreso de los Diputados aprobó una proposición no de ley llena de sentido común. Pactada entre PP, ERC, IU e ICV, dicha proposición consiste en realizar las reformas necesarias para permitir que las ejecuciones hipotecarias se cancelen sólo con la entrega en pago de la vivienda sobre la que se realizó el préstamo. De llegar a buen puerto, esta iniciativa permitiría a miles de personas devolver las llaves de sus viviendas, como si al término de un contrato de arrendamiento se tratase, e intentar salir adelante sin lastres adicionales. Se comparten las culpas. El banco se ve obligado a dejar en libertad al cliente moroso, y éste devuelve el inmueble por el que un día empeñó su alma. Hubo un partido que votó en contra de esta iniciativa: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). ¿Por qué? ¿Qué intereses está protegiendo el Presidente de Gobierno?

A nosotros se nos ocurren algunas propuestas adicionales para: 1) evitar en la medida de lo posible el sufrimiento de miles de personas, así como que los ninjas no pasen a formar parte de la economía sumergida. 2) compartir las consecuencias del desastre en lugar de castigar al más débil. 3) comenzar a sentar las bases de un sistema financiero que se limite a cumplir con su verdadera misión: administrar los ahorros de los depositantes de forma responsable y apoyar con financiación, de forma igualmente responsable, a la economía real, que sí genera empleo y que sí genera riqueza.

1. Si Irina puede demostrar capacidad para asumir 300 de los 716 euros de su hipoteca, ¿por qué no aceptarlos y dejarla permanecer en la propiedad durante un tiempo? Después de todo, resulta más conveniente mantener el piso ocupado que vacío, recibir una renta sobre el mismo, por mínima que sea, y, si al cabo de un tiempo razonable Irina no es capaz de reasumir su adeudo (debidamente reestructurado), pues entonces que entregue las llaves y listo. La exposición del Estado como avalista de la banca quedaría sumamente reducida y una familia tendría mejores posibilidades de atravesar la crisis con éxito.

2. ¿Por qué no intervenir los bancos y hacer una tasación real de sus activos inmobiliarios? La historia demuestra que por bastante menos estropicios que éste se han producido intervenciones en instituciones financieras españolas. ¿Es lógico que haya cientos de miles de viviendas vacías para sostener las cuentas de una banca que ha operado de forma claramente irresponsable? ¿No dice el Banco de España que la valoración de estos inmuebles debe de bajar, al menos, un 30%? ¿Por qué no actúa?

3. En el estado de California, el Property Tax (equivalente a nuestro IBI) que tantos ingresos le supone a los municipios, se fija en un porcentaje del valor de mercado del inmueble (entre el 1% y el 2% que sube o baja según el propio mercado). ¿Por qué en España no es así? Además de ayudar a aproximar el valor real de los inmuebles (abaratándolos), la recaudación para los ayuntamientos sin duda sería mayor. Dejaría de ser tan rentable poseer viviendas vacías, por supuesto, y sacaría del mercado a un buen número de especuladores inmobiliarios. Podría incluirse dentro de las hipotecas y así garantizar su pago. Evitaría también que un alcalde tuviese que inventarse impuestos de recolección de basuras…

4. Separar la banca comercial del la banca de inversión. Mi banco no puede poner en riesgo mi dinero sin mi consentimiento (¡y encima cobrarme comisiones de servicio al hacerlo!).

5. ¿Cómo tributan los bonus y planes de retiro millonarios de los altos ejecutivos de estos bancos? ¿Es decente que ellos, los que hicieron posible que Irina se arruinara, sean premiados por sus “inventos”?

Todo lo anterior supone afectar las cuentas de resultados de los bancos y los intereses de unos cuantos individuos que son muchos menos que los «Ninjas», pero que pesan mucho más en las decisiones del Estado. Sin embargo, la mera posibilidad que los ninjas mañana dejaran de pagar, todos a la vez, supondría la madre de todas las crisis financieras. ¿Se lo imaginan? ¿Hay auxiliares judiciales suficientes para notificar demandas a tanto «Ninja»? No podemos prescindir de ellos. Aniquilarlos no es decente, ni bueno para la economía.

Existen muchas formas de salvar la Economía aplicando el sentido común, lo primero es ofrecer propuestas e ideas. No importa si son nuevas, revolucionarias y extravagantes o antiguas, conservadoras y convencionales.

Continuará…

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