Marcos Queijeiro

«La sociedad debería premiar a los que se esfuerzan» –Carlos Blanco

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Carlos Blanco

Carlos Blanco (foto: Patricia Martín)

Te conocimos hace diez años como el niño-sabio de «Crónicas Marcianas» (Telecinco) y lo último que supimos de ti fue que copresentaste «20P» (Cuatro). Entre una cosa y otra te has licenciado en Ciencias Químicas, Filosofía y Teología, además de estudiar un montón de idiomas. Contigo no va eso de «ciencias o letras»… ¿Fue éste el motivo que te llevó a escribir «Potencia tu mente: los consejos de un superdotado para emplear mejor tus capacidades» (Ed. Libros Libres)?

Siempre he pensado que la división entre las distintas ramas del conocimiento respondía, en realidad, a una motivación práctica: es evidente que ya no estamos en el Renacimiento y que la especialización es motor de avance en el saber. Con todo, sigo creyendo que se necesita también una labor sintética, de pensamiento global, que tenga en cuenta los resultados de los diferentes campos pero que aspire a una reflexión más integral. Me parece, por ello, que la filosofía sigue siendo esencial en el universo de las ciencias. El libro “Potencia tu Mente” lo he querido plantear en esa dirección.

La libertad de las televisiones me recuerda a la libertad del mercado […] en realidad, sólo es libertad para algunos y esclavitud para otros.

Siguiendo con el tema de la televisión, ¿crees que es bueno hacer un reality show con adolescentes como “Generación Ni-Ni” (La Sexta) para que jóvenes que ni estudian ni trabajan encuentren un camino en la vida?

No soy muy favorable a los reality shows, la verdad. Si mal no recuerdo, en España se emitió hace no mucho un programa en el que una persona acaudalada se hacía pasar por pobre. Me parece lamentable jugar así con la indigencia de ciertos seres humanos para convertirlos en materia televisiva. En este sentido, estoy a favor de intensificar los controles sobre las programaciones. La sacrosanta libertad de las televisiones me recuerda a la igualmente sacrosanta libertad del mercado de la que tanto hablan algunos: en realidad, sólo es libertad para algunos y esclavitud para otros. Lo que hay que hacer con los adolescentes que ni estudian ni trabajan es motivarles de otra manera y ofrecerles buenos ejemplos a seguir: el ejemplo de los grandes científicos, escritores, políticos… de personas que han intentando mejorar la humanidad y no el ejemplo del éxito rápido y del afán desmedido y único de lucro.

La figura del “empollón” se ha redimido con la serie estadounidense “The Big Bang Theory” (CBS, Antena 3). ¿No crees que ya era hora de eliminar las connotaciones negativas que acarrea ser considerado un buen estudiante y que el humor es una buena herramienta para ello?

No he tenido oportunidad de ver esa serie en cuestión. Los estereotipos son siempre peligrosos, porque en realidad pocas personas los cumplen al pie de la letra y con frecuencia suelen llevar asociadas connotaciones negativas. Estudiar es algo magnífico, y gracias al estudio se ha avanzado en el conocimiento y los seres humanos pueden hoy aspirar, al menos en teoría, a una vida mejor. La sociedad debería premiar a los que se esfuerzan, y los que se esfuerzan deberían ser suficientemente humildes, sobre todo teniendo en cuenta que las personas que han hecho avanzar el conocimiento han sido, casi sin excepción, extraordinariamente humildes, sencillas y conscientes de sus limitaciones. Se trata, al fin y al cabo, de interiorizar este célebre lema: “de cada uno según sus posibilidades y a cada uno según sus necesidades”. El que tiene mayor capacidad intelectual debe esforzarse más, y también necesita más (ser expuesto a más desafíos intelectuales, una educación más personalizada, motivación…). El humor es, en efecto, una gran herramienta para acabar con los estereotipos, porque rompe con los moldes preestablecidos y “humaniza” y desmitifica a la persona.

Una mente maravillosa es alguien que ha sido capaz de impulsar el conocimiento hacia un espacio que permanecía oculto, de ampliar la frontera de lo que la humanidad es capaz de saber.

En tu libro “Mentes maravillosas que cambiaron la Humanidad” (Ed. Libros Libres) distingues entre “personas inteligentes” y “mentes maravillosas”, ¿en qué se diferencian ambos conceptos?

La inteligencia es una plataforma para hacer avanzar el conocimiento, pero no constituye una condición suficiente. Siempre pongo el ejemplo del niño prodigio estadounidense William James Sidis: entró en Harvard a los once años, pero no aportó nada significativo al saber. Una mente maravillosa es, creo yo, alguien que ha sido capaz de impulsar el conocimiento hacia un espacio que permanecía oculto, de ampliar, por así, decirlo, la frontera de lo que la humanidad es capaz de saber. Por lo general, las mentes maravillosas son personas de una gran inteligencia, pero todas las personas inteligentes no tienen por qué convertirse en una mente maravillosa. Digamos que una mente maravillosa es el resultado, no el comienzo de un itinerario intelectual.

Llevamos varias preguntas en esta entrevista y ya he hecho referencia a dos de tus libros, ¿estás trabajando en algún otro? De ser así, ¿sobre qué tratará?

Te agradezco la pregunta. Estoy trabajando en uno en inglés sobre la creencia en el más allá en el judaísmo y en el cristianismo, y en otro en castellano sobre una lectura filosófica de la idea de “salvación”. Estoy buscando, de hecho, editor para el segundo, como también busco editor para unos ensayos literarios que ya he terminado sobre tres personajes históricos: Eróstrato, Leonardo da Vinci y Athanasius Kircher.

Cambiando de tema. ¿Qué te lleva a dejar España, habida cuenta de que aquí tenías ya una carrera profesional como divulgador científico, además de una trayectoria académica de primer nivel?

Creo que siempre debemos estar dispuestos a someternos a nuevos desafíos y a no acomodarnos a la situación que se ha alcanzado. Un lugar como Harvard es, para mí, un constante estímulo intelectual, una fuente de motivación casi incesante, y me ha permitido conocer a personas de un capital humano asombroso. Además, estar en otros países y culturas es enormemente enriquecedor, a mi juicio. La razón principal, es sin embargo, la necesidad que sentía de exponerme a un nuevo reto.

Como europeo me siento muy orgulloso de nuestro modelo social y educativo, que veo más completo que el americano, pero admiro enormemente la capacidad que los EEUU tienen para acoger a personas de todos los países realmente interesadas en aprender y en impulsar el conocimiento.

Ahora vives en Estados Unidos y asistes a la Universidad de Harvard, ¿cuáles son las diferencias entre la cultura académica española y la estadounidense? ¿No llama la atención que los americanos tengan fama de ser, por lo general, bastante incultos pero, al mismo tiempo, posean los mejores centros educativos del mundo?

Carlos Blanco

Carlos Blanco (foto: Patricia Martín)

Es una pregunta enormemente interesante, porque durante estos meses en Boston he estado reflexionando, casi a diario, sobre el tema. Lo hablo mucho con mis amigos europeos en Harvard. Creo que Europa tiene una gran educación humanista de la que a veces se carece en los planes de “liberal education” de los colleges norteamericanos. Además, el modelo social europeo ha facilitado la universalización del acceso a la educación superior en nuestro continente. La diferencia viene en el ámbito de la investigación y de lo que aquí llaman “graduate school” (doctorados, posdocs, etc.): los recursos en instituciones como Harvard o las demás “Ivy League”, así como universidades públicas del renombre de Berkeley, son impresionantes. Las bibliotecas de Harvard, por ejemplo, son un auténtico paraíso: lo tienen todo. La atmósfera en los “graduate schools” es muy internacional, lo que contribuye a impulsar el “estímulo” intelectual. Puede que el americano medio sea más inculto que el europeo, y desde luego en Europa tenemos una mayor presencia de intelectuales en lo que Habermas llamaría “la esfera pública”, pero en EEUU han sido capaces de concentrar en muy pocos centros la excelencia académica. En Europa hemos optado por la extensión de esa excelencia (hay excepciones: Oxford, Cambridge, Les Grandes Écoles en Francia…). Confieso que todavía no sé qué modelo es mejor. Como europeo me siento muy orgulloso de nuestro modelo social y educativo, que veo más completo que el americano, pero admiro enormemente la capacidad que los EEUU tienen para acoger a personas de todos los países realmente interesadas en aprender y en impulsar el conocimiento. Son muy abiertos, en este sentido. Otra diferencia que he notado es la práctica ausencia de un sentido de “jerarquía” en las universidades. En España a veces parece que uno, por ser catedrático, ya está en posesión de la verdad. En EEUU no. Hay una gran humildad, y a las personas se las valora no por su posición sino por sus ideas y publicaciones. Un ejemplo. Una de mis mayores satisfacciones en Cambridge (Massachusetts) ha sido la posibilidad de entrevistarme en el MIT con Chomsky en dos ocasiones. Me quedé sorprendido cuando, al mencionar yo un libro de Jacob Taubes (“La Teología Política de Pablo”), Chomsky cogió un papel y un bolígrafo para apuntarlo. ¡Chomsky, uno de los intelectuales más citados del mundo, tomando nota de un libro que no había leído! Nunca se me olvidará ese gesto de humildad que tanto dice de la que es una de las mentes maravillosas de nuestro tiempo.

Una sociedad que pone como modelos a deportistas de élite o millonarios en lugar de a los científicos, pensadores y creadores no va en la buena dirección.

El informe INNOVACEF 2010 revela que más del 60% de los jóvenes investigadores españoles desean marcharse a trabajar al extranjero. Claramente, incrementar la inversión en I+D+I emerge como necesidad primordial para cambiar esta tendencia. ¿Qué más hay que hacer para que en España nos tomemos en serio la apuesta por la Ciencia?

La inversión es condición necesaria, no suficiente. Hay que crear un ambiente en el que se reconozca el trabajo intelectual, en el que desaparezcan jerarquías académicas artificiales y en el que el principal afán de la sociedad no sea el éxito inminente, la fama y el lujo, sino el trabajo y el conocimiento. Una sociedad que pone como modelos a deportistas de élite o millonarios en lugar de a los científicos, pensadores y creadores no va, desde luego, en la buena dirección. Creo que profundizar en el modelo social europeo, impulsando la igualdad social, la educación, el pensamiento crítico y la tolerancia ayudaría mucho. En el caso de España, acumulamos un retraso histórico que no se puede negar. Hay que “europeizar” más España, fijándonos en países como Alemania o las naciones escandinavas, y dar más financiación a las universidades, aumentar los impuestos a los que más tienen para promover la igualdad social y al mismo tiempo incrementar el presupuesto de los centros educativos, así como desincentivar el modelo del enriquecimiento rápido que promueve el capitalismo salvaje en el que estamos instalados, reconocer más el trabajo y el conocimiento y no sólo el beneficio, etc.

¿Qué consejos le darías a un estudiante español ahora que estamos en tiempos de crisis?

No me siento capaz de dar consejos. Esforzarse y, sobre todo, disfrutar con el conocimiento. La humanidad siempre saldrá de todas las crisis. Hay, al menos, que tener la esperanza de que, como decía Rimbaud y citaba Neruda, “al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las ciudades espléndidas”. Y creo que los estudiantes deberían involucrarse más en la vida social, política y cultural para cambiar esos patrones negativos de España a los que me he referido. La universidad tiene que seguir siendo un motor de avance científico y de pensamiento crítico.

¿Utilizas Internet y las redes sociales en tu labor de investigador? ¿Crees que son una buena herramienta para la difusión del conocimiento?

Las utilizo ampliamente. Por ejemplo, Harvard y muchos otros centros tienen digitalizada una parte importante de sus contenidos, sobre todo en revistas que ahora están en formato electrónico. Sí, navego mucho y consulto mucho en Internet. Evidentemente, no sólo en Internet. Yo sigo prefiriendo el contacto directo con los libros. Y, por otra parte, Internet es una herramienta, no un fin. No se puede investigar sólo con Internet, porque no siempre ayuda a discriminar la información esencial de la accesoria o la verídica de la que es poco fiable. Me temo que en ocasiones Internet no fomenta un espíritu crítico e investigador. Por ello, hay que ser precavidos y no contentarse simplemente con lo que aparece en Internet.

¿Tienes alguna pista de por qué nos planteamos preguntas? Este tema me interesa bastante por razones obvias: te acabo de hacer una entrevista ;-)

La pregunta por el porqué de la constante formulación de preguntas me fascina. Como decía Heidegger, «la pregunta es la piedad del pensamiento», y creo que plantearse preguntas es probablemente el signo más eminentemente humano que existe.

La pregunta abre a lo nuevo, desafía lo presente y nos orienta constantemente hacia el futuro. Ignoro si se trata de una estrategia evolutiva, pero está claro que como estrategia cultural nos ha hecho enormemente exitosos. La pregunta es también un signo de libertad: el autoritarismo consiste, precisamente, en prohibir hacer preguntas.

La pregunta es, entonces, la capacidad que la humanidad tiene de relativizarse a sí misma y de poner ante sí nuevos retos, sin fin […] al formular preguntas el ser humano interioriza algo que está ya en la naturaleza: la posibilidad de apuntar al futuro, de cambiar lo dado, de modificar el presente, de ir siempre “más allá”.

Muchas veces parece que seríamos más felices sin plantearnos preguntas, sin problematizar la realidad… Pero estoy convencido de que entonces dejaríamos de ser humanos. La pregunta es, entonces, la capacidad que la humanidad tiene de relativizarse a sí misma y de poner ante sí nuevos retos, sin fin. Los teólogos dirían que hay una huella divina en la capacidad humana de formular preguntas. No lo sé, pero creo, y de esto trato en el libro sobre la salvación al que me referí anteriormente, que al formular preguntas el ser humano interioriza algo que está ya en la naturaleza: la posibilidad de apuntar al futuro, de cambiar lo dado, de modificar el presente, de ir siempre «más allá»; es lo que podríamos llamar, si se me permite el término, «ulterioridad».

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